jueves, 23 de junio de 2016

Perder el Tiempo

Vote Casey by N.RockwellEn tiempos de campaña electoral, a pocos días de saber quién saldrá presidente (o simplemente si saldrá), tengo la sensación de que todas las campañas están exageradas para captar cualquier voto. Enfatizan en las maravillas que harán cada uno si llega al poder, sin cansarse de repetir una y otra vez las mismas palabras. Las pensiones? Cada día más!! La educación? Pública y becada!! La sanidad? Diremos NO a los recortes!; Sin embargo, los ciudadanos no somos tontos (más cuando vamos a unas segundas elecciones) y aunque exageren, no nos van a convencer. Sentimos que muchas veces están perdiendo el tiempo.

Pero esa misma sensación también la tengo en muchas otras situaciones. Sin ir más lejos, en mi misma consulta.

Los pacientes llegan con unos síntomas y... los exageran (siendo sinceros, todos lo hemos hecho alguna vez!). A (casi) todo lo que se les pregunta responden que sí (Tiene tos, sí. Flemas, sí. Dolor de garganta, sí) y si pueden, enfatizan (Tiene tos, tanta que no me deja dormir. Flemas, pero feas feas. Dolor de garganta, a penas puedo comer). Se saben los trucos para inducirnos a los médicos hacia un diagnóstico (Fiebre? de 40º!! y eso que soy de temperatura baja) y los trucos para esquivar exploraciones comprometidas (Sangre en las heces, no no no y veinte veces no!).

Paciente desvanecidoCreo que piensan que exagerando, enfatizando, verbalizando lo malitos que están, el médico va a acabar dándoles lo que buscan (un antibiótico, una analítica o incluso la baja laboral!). Sin embargo, al igual que le ocurre al ciudadano en la política... el médico no es tonto.

Él es el encargado de velar por nuestra salud y para ello entrena durante mucho tiempo. Conoce lo que nos pasa no solo por lo que le contamos, sino por toda esa parte no verbal que incluye la visita, apoyado además en la exploración física. Y es por ello que considera, de la mejor forma posible, iniciar o no un tratamiento, de solicitar o no una prueba complementaria, de dar o no una baja laboral.

Por tanto y de la misma forma que como ciudadanos sentimos que muchos actos y palabras de los políticos no sirven de nada, exagerar los síntomas al médico no suele ser otra cosa más que perder el tiempo.

jueves, 16 de junio de 2016

Maratón de Cuentos en Guadalajara

Maratón Cuentos Guadalajara

Corría la primavera del 97. Sentados sobre una alfombra en su clase de 4º de primaria, como todos los días, los niños aguardaban las novedades y curiosidades a las que los profesores dedicaban el primer ratito de la mañana. Aquel día, el profesor anunció que un cuento escrito por uno de aquellos niños sería el elegido para entrar en el Libro Gigante del colegio, con motivo del Maratón de Cuentos que ese año llevaba por lema la música.
Hubo un gran revuelo. El Maratón de Cuentos de Guadalajara que ya llevaba unos años celebrándose, era para ellos muy emocionante. La ciudad entera se disfrazaba de colores y podían oir cuentos desde un engalonado Patio de los Leones hasta que sus papás decidían que era hora de dormir. El Libro Gigante no era sino un pedacito de imaginación y talento de los niños de cada cole que se exponía en una sala del Palacio del Infantado durante el Maratón.
Unos días después, aunque la elección estuvo reñida, hubo un cuento elegido: "El perro y la guitarra".
Su autora no daba crédito. Le había puesto muchas ganas y no podía disimular el entusiasmo. Apenas tenía 10 años y ese primer contacto con el "se puede lograr", le incentivó a seguir escribiendo cuentos durante muchos años más.
Hoy, esa niña que ya no es tan niña (al menos por edad, jeje) sigue escribiendo cuentos en este blog y os invita a todos los que os habéis pasado a leerme, a que os inmiscuyáis entre el mundo de los cuentos este fin de semana en Guadalajara, porque en cada uno se esconde siempre un mensaje que vale la pena escuchar. 

Cartel 25 Maratón Cuentos Guadalajara
#25maratondecuentos

domingo, 12 de junio de 2016

DIETA para acabar con la DIARREA o el ESTREÑIMIENTO

Me proponía un lector (¡¡gracias!!) que hablara sobre alimentos para el control de nuestro tránsito intestinal, puesto que es algo que siempre nos trae de cabeza.

Desde tiempos remotos ese control del ritmo de nuestro intestino es algo que se nos resiste. Si hacéis memoria, seguro aparecen viajes marcados por una excesiva actividad intestinal (más de uno ya no viaja sin un antibiótico entre el equipaje) y vacaciones a vueltas con el micralax por su baja actividad.


Cuando hablamos de excesiva actividad nos referimos a la diarrea


Esa dichosa deposición que se caracteriza por ser o más líquida o más frecuente. Normalmente aparece consecuencia de algún virus (como ya hablamos en la entrada de GASTROENTERITIS) que afectando a la muscosa intestinal, hace que no se reabsorba bien el agua mientras se forman las heces y por ello aparezcan en mayor número o más acuosas (o ambas cosas).

No swimming, Norman Rockwell

Sin embargo, en otras ocasiones pueden aparecer por otros procesos inflamatorios que habría que estudiar más a fondo. ¿Cómo lo podremos diferenciar? 

Si las deposiciones contienen sangre, pus o moco, tienen una duración mayor de 3 semanas,o su aparición está directamente relacionada con un viaje al extranjero, ¡¡debería acudir a consultar con su médico!!, puesto que nos indicaría que podría tratarse de una diarrea inusual y que requeriría otros estudios o tratamientos.


Para el resto de diarreas, la RECOMENDACIÓN sería:
  1. Reponer el agua e iones que estamos perdiendo. 
  2. ¿Cómo? ¿Vale agua? ¿Valen bebidas isotónicas? El agua contiene una cantidad muy pequeña de iones y los preparados isotonicos suelen estar pensado para reponer pérdidas por sudor durante el ejercicio. Las pérdidas por diarrea requieren una reposición mayor, por lo que se recomienda se beba Suero Oral Hiposódico (de venta en farmacias) o Limonada alcalina (de preparación casera).
    Suero Oral Hiposódico: Suele venir en sobres. Habría que disolver un sobre en 1 litro de agua mineral sin gas e ir bebiendo sorbo a sorbo durante todo el día, todos los días que dure la diarrea.
    Limonada alcalina: a 1 litro de agua hervida, que dejaremos enfriar, se le añade zumo de 2-3 limones, media cucharilla de bicarbonato, media cucharilla de sal y 2-3 cucharadas de azúcar-sacarina. 
  3. Alimentación. Se aconseja la realimentación precoz, evitando aquello que ayude a perpetuar la diarrea:
  4. -. Leche y derivados
    -. Fruta y verdura cruda
    -. Dulces (pastelería, chocolate, caramelo...)
    -. Alimentos con excesiva grasa (fritos, embutidos, queso curado)
    -. Picantes, alcohol, café y tabaco.
    -. Refrescos con gas.
  5. ¿Usar fármacos? No se pueden poner diques al mar y tampoco barreras a la diarrea, es decir, se desaconseja el uso de antidiarréicos. Sin embargo, los probióticos en casos específicos sí podrían estar indicados.

Por otro lado, cuando hablamos de la baja actividad intestinal, nos estamos refiriendo al estreñimiento.


El estreñimiento viene definido por heces más duras o menos frecuentes. Para evitar este incómodo hábito, deberemos no sólo incidir en el tipo de alimentación, sino también fomentar otros tipos de hábitos saludables:
  1. Dieta rica en fibra que aumente el volumen de las heces. La fibra la podremos encontrar en la fruta (con piel), las verduras y los alimentos integrales.
  2. Ingesta abundante de líquido (sobre todo agua) para conseguir que las heces estén más hidratadas y que la deposición sea más blanda.
  3. Realizar ejercicio moderado de forma regular para ayudar así a la motilidad del intestino.
  4. ¿Utilizar fármacos laxantes? Existen fármacos lubricantes, osmóticos y estimulantes. Se podrían utilizar supositorios de glicerina o los microenemas (ambos lubricantes) para algún momento puntual. Los fármacos orales únicamente serán utilizados en casos determinados en los que su médico lo indique.


NOTA: Si nunca ha padecido de estos trastornos y comenzara, de forma mantenida en el tiempo, a sufrir estas variaciones, debería consultarlo con su médico.


BIBLIOGRAFÍA:http://www.fisterra.com/salud/2dietas/gastroenteritis_aguda.asp




domingo, 29 de mayo de 2016

Sol con uñas

¡Por fin! ¡Habemus colaboración!
Desde que comencé a escribir el Blog he estado abierta a recibir alguna colaboración (incluso en la pestaña "Contacto" tenéis un email donde podéis enviarme sugerencias) y hoy ¡por fin! voy a compartir la primera.
Se trata de un "Relato Breve" escrito por mi amigo y Co-R F. Trillo, un fenómeno como médico y un tipo sensacional. 
Con él he teorizado mucho sobre el mejor trato al paciente anciano y el acercamiento pese al choque generacional, sin dejar de sorprendernos con sus costumbres, expresiones y anécdotas cada día. 
Cuando me comentó que hacía unos años había escrito un relato breve en relación a uno de estos entrañables abuelitos, marcado por su rudeza, su lenguaje y soledad, tuve que pedirle que me dejase compartirlo por aquí.
Desde su sencillez, nos hace reflexionar en la soledad con la que castigamos a nuestros mayores, la intransigencia hacia sus extrañas costumbres y la fortaleza con la que disfrazan su fragilidad.

Espero que os guste este... 
Patience Escalier, obra de Van Gogh

SOL CON UÑAS


Tenía una casa con luz eléctrica de ciento veinte watios, una hija que no le hablaba y un nieto que lo visitaba de vez en cuando para reñirle por no lavarse y no comer. Tenía también seis ovejas y un prado cerca de casa donde las llevaba a pastar. Tenía 74 años y pesaba 45 kilos. Vivía a 43 kilómetros de la Puerta del Sol, y había ido allí tres veces. En invierno, cuando lucía el sol sin nubes y hacía mucho frío, saludaba a los vecinos diciendo "¡Hoy hace sol con uñas!". 
Un día acudió al consultorio porque le dolía la pierna. Todos los que le vieron quedaron muy sorprendidos. Allí mismo se desmayó por primera vez. 
La analítica del hospital estaba bien, así que lo mandaron de vuelta. "Está todo muy bien". Al día siguiente se volvió a desmayar. El vecino no tardó en darse cuenta, estaba pendiente desde el minuto en que echó en falta a las ovejas. Se lo llevó a dormir a su casa, porque apenas se podía mover. 
A la mañana del tercer día el médico salió del consultorio para verlo. Descansaba sobre un jergón fino y viejo de espuma amarilla, posado en la baldosa helada de color marrón del vestíbulo de su vecino. Tuvo que auscultarlo de cuclillas, pero acabó pronto. 
Murió al alba del cuarto día, boca arriba sobre el jergón fino y viejo. Estaba sucio de sudor, orina y excrementos mezclados con la tinta de las hojas de periódico que le habían colocado dentro de sus calzoncillos. Era un día de sol con uñas y el frío hizo que no oliese mucho.

F. Trillo, Médico de Familia.



jueves, 19 de mayo de 2016

Os llevo en mi maleta


Hace 4 años que llegué con una maleta vacía. Toca marcharme con la misma maleta; sin embargo, ahora la tengo a rebosar. Rebosa de conocimiento aprendido, de habilidades adquiridas, de valores inculcados, de experiencias vividas. Rebosa de historias de los pacientes, de enseñanzas de los profesionales, de anécdotas de la consulta. Rebosa de suerte, por haber podido trabajar con unos compañeros extraordinarios. Rebosa de alegría, al sentirme rodeada por mis maravillosos Co-R. Y rebosa de entusiasmo, al haber podido aprender con la mejor (sin duda) tutora.

Voy a echar de menos el hospital, las sesiones de los luneslos ratitos muertos en la máquina del café, los cambios de rotación, los desayunos saliente, los consejos de los R-mayores, las preguntas de los R-pequeños y las confidencias sinsentido de las madrugadas de guardia. 

Voy a echar de menos la unidad docente, la peregrinación hacia las guardias rurales, los descansos en los cursos y las vueltas al proyecto.

Voy a echar de menos el centro de salud, los almuerzos a media mañana, las sesiones de los miércoles, la agenda de eco, los detallitos inesperados, las charlas en los coles, las reuniones en el ayuntamiento y las excursiones a la radio.

Voy a echar de menos las cenas y congresos, los viernes de Tallo, los findes de Latina y hasta la noche en el Paco's. 


Y os voy a echar de menos a todos... Pero sabed que os llevo en mi maleta.


maleta vintage sobre madera

lunes, 2 de mayo de 2016

¿Mariposas o Molestias en el estómago?


El suave aroma que desprevenidamente te alcanza en una calle. Unos ojos que te miran fijamente. La melodía que compartís y que llamáis vuestra canción. 
Algo revolotea en tu interior y un cosquilleo te invade. Son ellas, inconfundibles: 

Las mariposas de tu estómago.

Una maravillosa cena. Un brindis. Dos copas de un exquisito champán. 
Algo vuelve a revolotear en tu interior, sin cosquilleo. No son ellas. Son pirañas hambrientas, son hogueras de San Juan.  Indescriptibles: 

Las molestias de tu estómago.

Para combatir las Molestias del estómago como el ardor, las digestiones pesadas, el reflujo... también conocidas como Dispepsia, y que no te arruinen momentos especiales, hay medidas eficaces que pueden ayudarte, sin recurrir inicialmente a la medicación (los famosos antiácidos o los denominados protectores de estómago). 


Aquí os dejo 10 consejos para evitar esas molestias, 
¡tomad nota!:

  1. Manténgase en un peso saludable. El sobrepeso aumenta la presión intra-abdominal y le perjudica. Tampoco utilice ropa que le oprima el abdomen ni el cinturón apretado.
  2. Retirar de la dieta los alimentos que veamos nos sientan peor.
  3. No hacer comidas copiosas ni con exceso de grasas.
  4. Evitar alimentos/bebidas irritantes del estómago, como alcohol, bebidas gaseosas, café, vinagre y condimentados.
  5. Comer despacio, tranquilo, masticando adecuadamente la comida y con la boca cerrada para evitar la ingesta excesiva de aire (aerofagia).
  6. Evitar masticar chicle y los alimentos que produzcan gas. Aumentar el consumo de piña y papaya (contienen enzimas digestivas que reducen la producción de gases) y productos lácteos con lactobacilus.
  7. Dejar de fumar. El tabaco relaja el esfínter esofágico inferior y favorece el reflujo.
  8. Evitar fármacos Antiinflamatorios (aspirina, ibuprofeno...) que deterioran la capa protectora de la mucosa del estómago.
  9. Realizar ejercicio de forma periódica.
  10. Elevar el cabecero de la cama a 30º y evitar acostarse después de una comida; esperar al menos unas dos o tres horas para hacerlo (dándole así tiempo al estómago a vaciarse y evitar el reflujo). 

¡Nunca cambiéis las dulces mariposas por los terribles ardores!

Bibliografía: http://www.fisterra.com/salud/1infoConse/erge.asp







sábado, 23 de abril de 2016

LA PECERA, un homenaje a ese "loco Quijote"

"La pluma es la lengua del alma" 
Cervantes.

LA PECERA

En homenaje a ese "loco Quijote" de Cervantes, en este día del libro.



Sentada sobre un viejo taburete roído por la carcoma, apoyaba sus brazos sobre la mesita que tenia enfrente, y sobre estos, su cabeza. Observaba, como si en ello le fuera la vida, los movimientos de un triste pez negro encerrado en una pequeña pecera sobre la mesa. La niña suspiraba. Con su aliento empañaba parte del cristal de la pecera. Allí acudía el pez y no se movía hasta que el vaho desaparecía al contacto del aire. Entonces, agitaba la cola impulsándose de forma graciosa hasta salir del agua, salpicando, al zambullirse de nuevo, la cara de la pequeña. 

Diminutas gotitas brillaban en la frente de Clara con los primeros rayos de sol que, curiosos, invadían su habitación. Abrió los ojos lentamente, mientras se quitaba con la manga del pijama aquellas gotitas de sudor; de un sudor además realmente frío. Le angustiaba la sensación de lentitud en el tiempo y de acción paralizada; aquél sueño de la niña y su pecera contenían una dosis equitativa de este par de ingredientes. Sin embargo, aún le angustiaba más ver que por tercera vez, en menos de dos meses, había soñado lo mismo. 

Unas horas más tarde recibía una llamada en su consulta. Clara sobresaltada, se apresuró a responder al teléfono, dejando a un lado el libro que estaba leyendo y con el que vagamente trataba de matar el tiempo. Bajo una encuadernación barata, ajada por el lomo y desgastada por las esquinas, se albergaba una edición anónima de una antología del Quijote. La había comprado en una vieja librería durante su viaje de fin de carrera. Lo guardaba con cariño, pues aquellas vacaciones habían sido inolvidables. Se le dibujaba una sonrisa cada vez que pensaba en las excursiones realizadas, las risas con sus compañeros y las noches de fiesta en los salones del hotel. Tampoco olvidaría aquel olor a anticuario que la envolvió al entrar en la vieja librería. Cuatro columnas de madera, algo astilladas y sin brillo daban albergue a más de diez mil libros. De allí no pudo salir con las manos vacías; las ingeniosas palabras del joven vendedor y su cálido acento árabe, en impecable castellano, la sedujeron: "señorita, a Don Alonso se le secó el cerebro y perdió el juicio de tanto leer; lo que le ofrezco es tan sólo una antología"

Ahora Clara trabajaba como psiquiatra en un pequeño apartamento del centro de la ciudad. Tenia apenas veintinueve años y una corta, pero intensa carrera profesional. En cambio, su día a día se había vuelto algo monótono y eso le comenzaba a crispar. Aquella llamada atenuó sus nervios y dibujó en su rostro una sonrisa, fruto de su estado de excitación. 

Viajera leyendo un libroEsa misma tarde hizo la maleta, sin olvidarse de guardar en ella el preciado libro. Cogería el tren hasta la ciudad vecina, donde habían reconstruido un hospital no hacía más de medio año. Entre los pacientes, procedentes todos ellos de lugares muy diversos de la geografía española, se encontraba un joven de no más de treinta años del que no poseían ninguna información. Seguramente los papeles se perdieran durante el traslado. El no había facilitado las cosas, pues no había abierto la boca desde que llegó. Es más, ni siquiera había abierto los ojos. Hacía dos meses que estaba recluido en una sala con un camastro, un retrete y una pequeña ventana por la que apenas lograría pasar el aire si esta se abriera. Muchos profesionales habían pasado por allí para atender el caso, mas nadie había logrado escuchar algo que no fuera un suspiro o un gruñido. No tenían pruebas evidentes de que sufriera alguna patología, pero su actitud planteaba la duda de que pudiera tratarse de un enfermo psiquiátrico. Este hecho les indujo a avisar a Clara, cuya respuesta no podía ser otra que la de acudir. 


El gran reloj de la estación del Norte marcaba con exactitud la media tarde. El tren de la joven irrumpió violentamente en el andén mientras las ruedas rechinaban contra la vía para frenarlo. Las puertas se abrieron y fueron muchos los que, como ella, se apearon. Clara se sumió de repente en un lugar grande y hermoso. Hileras de bancos de madera de estilo rústico flanqueaban el recinto y dentro, cafeterías, quioscos, máquinas expendedoras y taquillas se mezclaban bajo el contraste de los tonos rojizos y azulados que presentaban las paredes de aquella infraestructura. Sobre la pared central del edificio y trabajando sin descanso, se alzaba imperioso el gran reloj, único superviviente tras la guerra del 36, de aquel pequeño pueblo que sin proponérselo se había convertido en una bulliciosa ciudad. 

Todavía aturdida, Clara salió de la estación y se detuvo unos minutos; de pie y con gesto pensativo, veía como numerosos transeúntes caminaban sin tregua en todas direcciones por anchas aceras esquivando el frío del invierno. Muchas eran las tiendas que con escaparates atractivos intentaban hacer negocio. Las farolas ya se habían encendido y la calzada, aunque amplia y extensa, presentaba un denso tráfico de luces y cláxones. El cielo, abrumado por la contaminación, había rodeado los altos edificios con su pancarta de protesta gris; mas nadie parecía haberla visto. Clara suspiró, y tirando de su maleta, desapareció entre la corriente de viandantes. 

No tardó mucho en llegar al hospital. El lugar se encontraba en un barrio de las afueras, no muy lejos de la estación del Norte. Su fachada, mohosa y grisácea; sus ventanas, escasas y diminutas; y el jardincillo de la entrada, mole de tierra y hierbajos, salpicado de bancos desvencijados, no daban muestra de la reconstrucción del lugar y conferían al edificio un aspecto triste y lúgubre. Pese a la decepción que esto causó en Clara, esta se introdujo en el edificio sin vacilar. Lo que allí dentro vio, no fueron sino más motivos de depresión y melancolía. Un médico viejo, ridículo y con aires de notoriedad, la condujo, sin mediar palabra, hasta su cuarto. Durante el trayecto pudo ver numerosas habitaciones oscuras y malolientes, evidenciando la podredumbre que allí se respiraba. Su habitación, algo mejor que lo que había podido contemplar, se encontraba al lado de la de su paciente. 

No tenía ganas de cenar, y tampoco sabía si las tenía para permanecer allí. Sentía desvanecerse la ilusión del comienzo. Tumbada sobre la litera de aquel cuarto, decidió sacar la antología y leer para distraerse, alejando su mirada del manto de polvo acumulado sobre una solitaria mesita de noche. Sin más luz que la que, con gran esfuerzo, alumbraba una farola de la calle, se sumió en la lectura hasta quedarse dormida, acostumbrándose poco a poco al hedor que impregnaba al edificio. 

Por la mañana los rayos del sol, que reemplazaban a los de la triste farola, jugueteaban colándose por la ventana. Los más traviesos correteaban por la frente de Clara. Hacían brillar de nuevo a las gotitas de sudor que por ella resbalaban, evidenciando que había vuelto a soñar con la niña de la pecera. 

Asombrada de haber logrado dormir en aquellas condiciones, decidió comenzar su labor dirigiéndose hacia el cuarto de su paciente. Abrió la puerta con llave y entró. 

escultura de madera de Don Quijote
La oscuridad lo envolvía todo y las pupilas de Clara tardaron en hacerse a la penumbra. Entonces lo vio. Allí estaba su paciente, tumbado sobre su cama. Moreno de pelo, blanca su tez, enjuto y algo desgarbado, no parecía mucho mayor que ella. Mostraba sus lánguidos suspiros sumido en un profundo sueño, del que era obvio, no quería despertar. La psiquiatra paseó su mirada por aquella habitación: el mismo olor y la misma suciedad que en el resto del edificio. Se sentó con cierto recelo sobre el suelo, frente a la cama del joven. Extrañamente, se sorprendió mirándolo con ternura y asombro: había algo en él que le recordaba al Quijote de su antología.

Estuvo allí quieta, callada, arropada por un silencio que poco a poco se fue haciendo acogedor. Su mente trabajaba analizando al joven. ¿Por qué no querría despertar? De pronto, el silencio y sus pensamientos se vieron quebrados por un par de golpecitos en la puerta; la enfermera ya traía la cena. Clara quedó sorprendida; había permanecido ahí durante varias horas, como paralizada. Se levantó y todavía absorta en sus pensamientos se encaminó hacia la calle. Saldría a cenar algo fuera, al centro de la ciudad, por cambiar de aires. 

Los días siguientes se volvió a repetir la insólita escena. Allí delante del joven, nunca se aburría. Todavía no habían intercambiado palabra, ni siquiera él había despertado y sin embargo Clara se sentía cautivada. Era algo extraño, incluso para ella un sinsentido; pero después de tantas horas allí, mirándole embelesada, muchas hipótesis le rondaban la cabeza sobre aquella extraña conducta, consiguiendo, inesperadamente, desterrar la angustia que antes sentía hacia la acción paralizada. 

Uno de esos días en los que Clara se disponía a pasar las horas sentada frente a su paciente, llevó consigo su preciada antología. Una vez sentada frente a él, comenzó a leer en silencio. A cada rato paraba, miraba a su durmiente paciente y asentía. Proseguía la lectura cada vez más ansiada, más deprisa. Y cuanto más leía, más se detenía a mirar y a asentir. Finalmente, acabó el libro justo cuando la enfermera traía la cena. Aprovechando la coyuntura, salió de la habitación del paciente y se encaminó a la suya. 

Soñador incansable y con un deseo interno de evadirse de la realidad, fueron los dos ingredientes que hicieron de Don Alonso un loco Quijote; cualidades sin duda compartidas con el ahora paciente de Clara... Todo parecía encajar en su inquieta cabecita. Sin embargo, había algo que fallaba: no lograba entender a qué podía deberse aquél ferviente deseo de su paciente de evadirse de la realidad, ni de qué manera, siendo así, podría ayudarle.

Agotada, se dejó caer sobre su cama y Morfeo no tardó en abrazarla. Al despertar a la mañana siguiente, lo que brillaba en su cara no eran gotitas de sudor, sino pequeños senderos de lágrimas desprendidas de sus ojos. Clara había vuelto a tener su extraño sueño, pero por primera vez el final no había sido el mismo. Aquella niña que sentada contemplaba al pez negro, se había levantado y descuidadamente, había golpeado la pecera con su brazo. Esta se volcó y el pez cayó al suelo. Arrastrado por el agua vertida conseguía llegar a un río donde la niña, con lágrimas en los ojos, lo despedía. Clara desde la cama y sin secarse las mejillas, miró hacia la antología y sonrió: Ahora creía entender todo. 

Más enérgica que nunca, se abalanzó sobre el suelo. Rápidamente hizo su maleta y arrastrándola, se dirigió hacia la habitación de su paciente.

De nuevo, como en días anteriores, Clara volvió a introducir la llave para abrir la diminuta habitación. Al entrar, sus pupilas dilatadas, en parte por la penumbra, en parte por la excitación, examinaron el cuartucho que rodeaba a su joven paciente: Tan pequeño, tan oscuro... y con el mismo hedor que impregnaba al resto del edificio. Miró entonces a ese caballero de triste figura dormitando sobre su camastro y depositando la llave sobre su almohada, salió de la que sin ninguna duda, era la pecera de aquél pobre pez.

Con el corazón en un puño, abandonó rápido el hospital encaminándose a la estación. Una vez frente al andén vacío se detuvo a esperar su tren.

Pensando en todo lo acaecido y mirando de reojo al gran reloj, se llevaba la mano al pecho e inquieta, respiraba hondo. De pronto, otra mano cogió suavemente la suya y Clara sobresaltada se giró, encontrando frente a ella un joven de ojos negros y una sonrisa marchita que enseguida reconoció. Era la primera vez que lo veía despierto. 

Gracias, musitó el joven besándola en la frente. Después, desapareció perdiéndose entre los ríos de gente que se movían por los andenes mientras el tren de Clara irrumpía en la estación. 

Ella suspiró tranquila, con una sonrisa dibujada en su rostro. Aquél Quijote actual, atrapado en su insatisfecha realidad, merecía por fin disfrutar de una ansiada libertad. 

Tirando de su maleta, Clara montó en el tren recién llegado y se acomodó en su vagón. Estaba preparada para regresar a casa.


Maleta sobra las vías del tren


 La pecera, Calinela.



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