Pero esa misma sensación también la tengo en muchas otras situaciones. Sin ir más lejos, en mi misma consulta.
Los pacientes llegan con unos síntomas y... los exageran (siendo sinceros, todos lo hemos hecho alguna vez!). A (casi) todo lo que se les pregunta responden que sí (Tiene tos, sí. Flemas, sí. Dolor de garganta, sí) y si pueden, enfatizan (Tiene tos, tanta que no me deja dormir. Flemas, pero feas feas. Dolor de garganta, a penas puedo comer). Se saben los trucos para inducirnos a los médicos hacia un diagnóstico (Fiebre? de 40º!! y eso que soy de temperatura baja) y los trucos para esquivar exploraciones comprometidas (Sangre en las heces, no no no y veinte veces no!).

Él es el encargado de velar por nuestra salud y para ello entrena durante mucho tiempo. Conoce lo que nos pasa no solo por lo que le contamos, sino por toda esa parte no verbal que incluye la visita, apoyado además en la exploración física. Y es por ello que considera, de la mejor forma posible, iniciar o no un tratamiento, de solicitar o no una prueba complementaria, de dar o no una baja laboral.
Por tanto y de la misma forma que como ciudadanos sentimos que muchos actos y palabras de los políticos no sirven de nada, exagerar los síntomas al médico no suele ser otra cosa más que perder el tiempo.
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